Talleres aceleró y despachó a Atlético Tucumán sin sobresaltos. Pero algo quedó una vez más al descubierto: Cuando ataca es un equipo y cuando defiende, es otro.
Por Esteban Migliazzo.
Si lo observás cuando ataca y con sus figuras estelares brillando, Talleres es un equipo digno de ser temido. La magia de Botta y la aparición de un jugador como Ramón Sosa, quien ya está para jugar en cualquier liga europea, provocan que además de ser contundente, la T juegue realmente lindo a la pelota.
Los problemas surgen, cuando el fútbol se aproxima al arco de Guido, quien ayer tuvo una muy buena tarde, pero su línea defensiva, una vez más defeccionó.
El nivel de Catalán, el juego de Navarro y las espaldas libres de Benavidez cuando este se proyecta, hacen que los resultados nunca estén asegurados, salvo que se enfrente a un equipo extremadamente inferior. En el medio de la cancha, está claro que Galarza y Ortegoza colaboran más en ataque que en defensa y que Portilla y los Portillos ponen un poco más de equilibrio para resguardarse.
Da la sensación que los principales problemas defensivos pasan por las desatenciones y la falta de un trabajo táctico que vendría bien para equilibrar al equipo.
Por momentos, cuando ataca, pareciera que Talleres va a matar a sus rivales. Pero cuando defiende, pareciera ser que también va a matar, pero de un disgusto a sus hinchas.